En el borde saliente de la tierra, vive
pero no por ignorancia,
no por desesperación.
Sabe que un paso más desde su puerta
abierta al mar sería
un paso en el aire salado,
y no tiene ganas de hacerse añicos
allá abajo, donde la rompiente
muele el granito hasta volverlo arena.
No, eligió una vida
levantada en la orilla, un nido en la punta
oscilante de una rama, por una buena razón:
cegador en medio de su oscuridad
está el horizonte escurridizo. Aquí
nada se entromete, sombra palpable,
entre su ávida
mirada interior
y el vasto enigma.
Si pudiese volar flotaría para siempre
hacia ese velo tenue que se aleja.
Sabe que si viera
no sería más sabio.
En lo alto del risco al viento él respira
cara a cara con el deseo.
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