I
Veinte, cuarenta años, no es nada.
Ni un espejismo, un abrir y cerrar
de ojos.
La vida pasa mordisqueándonos
con su boquita alrededor de las rodillas,
de los hombros.
Un beso o la caricia
de una aleta, qué diferencia hay. Solo a veces
enrojece el agua
y nos retiramos.
Nacimiento, matrimonio, muerte; los tuvimos y
los tachamos de la lista,
y seguimos acá
en puntas de pie, a medio
hundir en el barro
con el agua hasta el cuello.
Es bien grande este charco.
II
¿Y qué conozco?
El vaivén de los
ramilletes de abedul,
el flotar de los
juncos a la deriva,
las crestas
verdes de los
árboles,
(flores, no hojas, que
trabajosamente en otoño
hacen volar
semillitas con alas)
y a quien sea
que encuentre
en el camino.
No es suficiente.
III
La biología y la computadora
—el orador insinúa
que somos obsoletos,
nosotros, que crecimos
detrás de utopías.
En esta
amnesia del corazón
me cuestiono,
casi le creo.
¿Qué conozco?
Un poema, un gesto,
alguna certeza
de un placer mordaz
—cinco notas, el regreso
de observar a los pájaros—:
treguas, para la luna nueva
o el solsticio de primavera,
y a la medianoche se reanuda el fuego,
lejos.
No es real.
Queríamos que
en nosotros viviera más de nuestra vida.
Imaginarnos los unos a los otros.
IV
Veinte, cuarenta años,
“vivir el presente” era una utopía
a la que íbamos
entre lágrimas, tropezando, cayéndonos,
levantándonos, y otra vez —
y ahora la llegada,
el sitio del peregrinaje curiosamente
abierto, no, resulta ser
un círculo de piedras santas,
ningún altar,
ninguna cima
ningún profundo valle es el ombligo del mundo,
sino una llanura,
las flores verdes de los árboles
que apenas dejan pasar la luz del día
y nada de silencio
—se oye el tráfico, a dos pasos
está la ruta.
¿Es este el lugar?
V
Este no es el lugar.
El espíritu lo abandonó.
De nuevo en ese barro, siento los pies igual
que cuando de chica me caí de un puente
y casi me ahogué, pero al emerger
como en sueños, estaba ilesa
el agua me sostenía,
mi pelo era de juncos.
vi
Los peces le muestran los dientes a nuestra carne.
El cielo se nos desliza en la boca.
Cuarenta años enrojecen los círculos concéntricos.
Un abrir y cerrar de ojos,
nada,
el futuro obsoleto—
vii
Si supiera que mi poema es un canto de cisne.
Si descubro que se acabó, mientras
esperaba dar el próximo paso.
Para mí ninguna primavera es irreal,
tengo las flores de los árboles por corazón.
El amor, veinte, cuarenta años, mi vida
es irreal para mí.
Ahora solo amo al extraño
que viene a mi encuentro
por el sendero salpicado
de migas de polen amarillo.
Yo, que no estoy a punto de morir,
que llevo mi vida a cuestas, abiertamente,
con excelente salud, ligero el paso, risueña, hambrienta,
y gira mi engranaje. Se detiene
en el punto de vista.
Reducida a un ojo
olvido lo
que
fui.
Y le pregunto a la primavera fría:
si mi poema es un canto de cisne, qué.
Versión en castellano de Sandra Toro
THE
COLD SPRING
i
Twenty years, forty
years, it's nothing.
Not a mirage; the blink
of an eyelid.
Life is nibbling us with
little
lips, circling our
knees, our
shoulders.
What's the difference,
a kiss or a fin-caress.
Only sometimes
the water reddens,
we ebb.
Birth, marriage, death,
we've had them,
checked them off on our
list,
and still stand here
tiptoe on the mud,
half-afloat,
water up to the neck.
It's a big pond.
ii
What do I know?
Swing of the
birch catkins,
drift of
watergrass,
tufts of
green on the
trees,
(flowers, not leaves,
bearing intricately
little winged seeds
to fly in fall)
and whoever
I meet now,
on the path.
It's not enough.
iii
Biology and the computer—
the speaker implies
we're obsolescent,
we who grew up
towards utopias.
In this
amnesia of the heart
I'm wondering,
I almost believe him.
What do I know?
A poem, turn of the
head,
some certainty
of mordant delight—
five notes, the return
of the All Day Bird—:
truces, for the new moon
or the spring solstice,
and at midnight the
firing resumes,
far away.
It's not real.
We wanted
more of our life to live
in us.
To imagine each other.
iv
Twenty years, forty
years,
'to live in the present'
was a utopia
moved towards
in tears, stumbling,
falling,
getting up, going on—
and now the arrival,
the place of pilgrimage
curiously
open, not, it turns out,
a circle of holy stones,
no altar, no
high peak
no deep valley, the
world's navel,
but a plain,
only green tree-flowers
thinly screening the
dayglare
and without silence—
we hear the traffic, the
highway's
only a stonesthrow away.
Is this the place?
v
This is not the place.
The spirit's left it.
Back to that mud my feet
felt
when as a child I fell
off a bridge
and almost drowned, but
rising
found myself dreamily
upright,
water sustaining me,
my hair watergrass.
vi
Fishes bare their teeth
to our flesh.
The sky's drifting
toward our mouths.
Forty years redden the
spreading circles.
Blink of an eyelid,
nothing,
obsolete future—
vii
If I should find my poem
is deathsongs.
If I find it has ended,
when
I looked for the next
step.
Not Spring is unreal to
me,
I have the tree-flowers
by heart.
Love, twenty years,
forty years, my life,
is unreal to me.
I love only the stranger
coming to meet me now
up the path that's
pinpricked with
yellow fallen crumbs of
pollen.
I who am not about to
die,
I who carry my life
about with me openly,
health excellent, step
light, cheerful, hungry,
my starwheel rolls.
Stops
on the point of sight.
Reduced to an eye
I forget what
I
was.
Asking the cold spring
what if my poem is
deathsongs.
Denise Levertov (Relearning the Alphabet, 1970).