i
Arrodillada junto a la estufa de gas,
desvistiéndose,
chamuscándose lujuriosamente, rascando
en los flancos aceitunados la marca roja
del cinturón—
(Y la hermanita en la cama
con ojos como cuentas
o entredormida, ¿era yo? Mi cabeza,
una cámara—)
Dieciséis. Sus pechos
redondos, redondos,
de pezones oscuros—
la que desde hace dos meses,
es huesos y jirones de piel bajo la tierra.
ii
El agudo
de insistencia agobiante, líneas
entre las cejas en alto –
atormentada, atormentada –
la piel alrededor de las uñas
una llaga, de tanto morder –
¿Querías gritarle al mundo
para que entrara en razón,
no es cierto? –empujar
a los pobres a la república
socialista de la alegría–
Qué rabia
y qué vergüenza de la humanidad
te azotaron a los nueve,
cuando viste las casas de la calle Ley
te azotaron a los nueve,
cuando viste las casas de la calle Ley
y supiste que eran pocilgas.
mientras yo, a la misma edad,
te provocaba, admirando
la solidez de la arquitectura, cercana
a mil ochocientos cincuenta, y veía
dignidad en esos pórticos blanqueados.
Negra, negra,
había una vela
blanca en tu corazón.
iii
i
Todo fluye
le
murmuró a mi niñez,
yendo y viniendo por el pasto donde marionetas
humanas
ensayaban destinos ese verano,
impulsada ante las apariencias extrañas por el azote
de su voluntad–
todo fluye –
yo levanté la vista desde mi sillón de caña de Osito Más Chiquito
y supe que las palabras provenían de un libro
y las sentí ajenas a mí
pero ligadas a otras, que adorábamos,
de nuestro libro de himnos– El tiempo
como una corriente que no cesa/ arrastra a todos sus hijos con ella–
ii
Ahora, como si en mi camino soplaran humo o dulzura,
inhalo una sensación de su vitalidad en ese instante,
sintiendo, soñando, esperando y conociendo como nadie el
entusiasmo y el tedio –
una chica en el jardín, el mismo cuadrado alquímico
en el que crecí yo, y que a veces se nos hacía
demasiado chico para nuestros destinos grandiosos–
Pero lo terrible
estaba en ella, como un frenesí, estaba en el río oscuro e
incesante
que se acercaba y contra el que levantó diques, poniéndose
a tamizar cenizas todo un invierno después de la misa de la
mañana,
clasificando el desorden habitual de su escritorio, basando
sus versos en El año
cristiano, de Keble, buscando
esas discusiones interminables, tratando
de manipular las vidas hasta el desastre...para cambiar,
¡cambiar el curso del río! Qué fervor por el orden
desordenó su peregrinar— para que durante años
fuera a esconderse siempre entre desconocidos, esperando
reordenar todos los misterios bajo una luz nueva.
iii
La negra, íncuba –
apareció
montada en la angustia como los Tártaros en sus yeguas
sobre el rastrojo de los años malos.
Un año de esos
cuando ya
no sabía si estaba viva o muerta
la soñé
ojerosa y con las mejillas rojas
iluminada por el fuego
de un puesto de mariscos de un barrio pobre —
¿Fue un sueño? Ya casi había perdido
la noción
de quién era, de
cómo sería andar —bajo su piel,
bajo su pelo negro
teñido de rubio—
con las oscilaciones de la luna,
en la vida que yo siento desplegarse, no fluir, en los años
peregrinos.
iv
Estabas en tu cama de hospital, tendida y
enamorada, con los odios
que te habían seguido como
la cola de un cometa, consumidos
igual que tus desastres nacidos del amor,
consumidos
mientras el dolor y las drogas
peleaban adentro tuyo como dos hermanas—
flotabas en un mar
de amor y de dolor — y cómo te gustó siempre
esa tonada “Abajo están
los brazos eternos”—
todas las historias,
consumidas hasta
el hueso enfermo, excepto
esa llama noble.
v
i
En un verde jardín donde yazga —
le pusiste palabras a una canción tan triste
que se abrió paso en mi vida como a través de un bosque.
Como a través de un bosque, entre abedules, con la luz y la
sombra
deslizándose un instante en los claros, escondida tras las
matas de muérdago
tu vida sopla en mí En Valentines
hay una raíz que sobresale del césped a varios metros del
árbol.
Decías que la podíamos levantar como una puerta-trampa
y bajar la escalera hasta otro país
donde vivir sin padre ni madre
y sin extrañar el mundo de arriba. Los pájaros
cantaban dulcemente, oh una canción, en medio del día,
y en las tardes calurosas entrábamos a las iglesias mudas de Mid
Essex
a comulgar con las efigies de los caballeros y sus damas
y con los perros esbeltos dormidos a sus pies,
contra la piedra tan fría— En la juventud
está el placer, en la juventud está el placer.
ii
Bajo las nubes del otoño, bajo la vastedad
blanca del cielo invernal, te fuiste a pie
el año que estuviste más sola
de vuelta a las calles de antes, otra vez viendo
los carteles que apuntan a Theydon Garnon
a Stapleford
Abbots o a Greensted,
cruzando los campos arados (del color al que yo le decía marronáceo,
un matíz entre marrón y malva que nos fascinaba
cuando yo era una nena y vos
no mucho más) encontrando nuevos atajos
cerca de White Roding o de Abbess Roding, o perdida
entre las calles de Romford, que en esa época eran senderos—
frunciendo el entrecejo para aplastar tus pensamientos, respirando
profundo
el aire húmedo y quieto, metiendo la escarcha
en tu mente inquebrantable.
Qué frío para tu abrigo liviano y tus zapatos de mala muerte–
Níobe sin lágrimas. Tus hijos estaban perdidos
y las luces del escenario se habían apagado, hasta el teatro
vacío
estaba cerrado para vos, cueva de transformación donde todo
había sido casi posible.
Cuántos libros
leíste ese invierno en tus pensiones silenciosas
y cómo, desde afuera, los gritos extraños de los chorlitos
traspasaban tu soledad.
En mi añoranza, una vez les abrí los brazos, al lado tuyo,
tropezando sobre los surcos–
tropezando sobre los surcos–
Oh sin peinar y con las medias caídas
te arrastrabas detrás de tu angustia
sobre los campos yermos, solemne, solemnemente.
vi
Tus ojos eran del marrón-dorado del pedregullo bajo el agua.
Nunca crucé el puente sobre el Roding, el que suspendido
sobre Wansted Park
separa el campo abierto del presente
de los misterios, fantasmas y desvíos del sentido del tiempo,
sin recordar tus ojos. Aunque estuviéramos enemistadas
y mis propios ojos ardieran de dolor y de rabia al pensar en
vos.
Y en otras corrientes de otros países; en cualquier lugar
donde la luz
atravesara un charco hasta la grava dorada. Los ojos marrones
de Olga. Un verano lluvioso, en New Forest,
donde apenas se podía respirar de tedio y baja presión,
te lanzaste, salvaje, a improvisar en el piano
todas las sonatas de Beethoven, un día tras otro–
que se me hicieron semanas; a ratos daba vuelta las
hojas,
salía a andar en bicicleta, volvía y seguías ahí,
en las caídas y los rápidos de la música. Resonaban arpegios,
la rectoría
temblaba y nuestros padres parecían haberse desvanecido.
Pienso en tus ojos en esa foto, seis años antes de que
naciera yo,
y en el miedo que había en ellos. ¿Qué hiciste después
con tu miedo? ¿En los años de humillación,
de paranoia, de chantaje y casi de miseria, perdiendo,
uno por uno, el amor de los que amabas
padres, amantes, hijos, amigos idealizados?¿qué mantuvo
encendida en vos la llama de la compasión para iluminarte,
tan nítido, otro capítulo (pero del mismo libro) "un claro
en la selva oscura
una casa con la puerta abierta, una mano en un
gesto
de bienvenida"*?
Cruzo
tantos arroyos en el mundo, hay tanta luz
bailando sobre tantas piedras, tantas preguntas que mis ojos
arden por formularle a los tuyos, ojos marrón-dorados
con las pestañas cortas pero los párpados
curvos como tallados en madera de olivo, ojos con una visión
noble y celebratoria en el reverso de la mirada dura, o velada, o
brillante,
pero siempre inescrutable...
Mayo-Agosto, 1964.
*NOTA DE LA AUTORA: Los versos citados —"un claro/ en la selva oscura..."— son una adaptación de unos versos de "Selva oscura", de Louise Mac Niece, un poema que mi hermana Olga adoraba.
Todas las versiones en castellano de este blog son de Sandra Toro.
OLGA POEMS
(Olga Levertoff, 1914 –
1964)
i
By the
gas-fire, kneeling
to undress,
scorching
luxuriously, raking
her nails
over olive sides, the red
waistband
ring –
( And the
little sister
beady-eyed in
the bed–
or drowsy,
was I? My head
a camera – )
Sixteen. Her
breasts
round,
round, and
dark-nippled
–
who now
these two months long
is bones and
tatters of flesh in earth.
ii
The high
pitch of
Nagging
insistence, lines
Creased into
raised brows –
Ridden,
ridden –
the skin
around the nails
nibbled sore
–
You wanted
to shout the
world to its senses,
did you? –
to browbeat
the poor
into joy’s
socialist republic
–
What rage
and human
shame swept you
when you
were nine and saw
the Ley
Street houses,
grasping
their meaning as slum.
Where I,
reaching that age,
teased you,
admiring
architectural
probity, circa
eighteen-fifty,
and noted
pride in the
whitened doorsteps.
Black one,
black one,
there was a
white
candle in
your heart.
iii
i
Everything
flows
she muttered into
my childhood,
pacing the
trampled grass where human puppets
rehearsed
fates that summer,
stung into
alien semblances by the lash of her will–
everything
flows –
I looked up
from my Littlest Bear’s cane armchair
and knew the
words came from a book
and felt
them alien to me
but linked
to words we loved
from the hymnbook– Time
like an ever
rolling stream/ bears all its sons away –
ii
Now as if
smoke or sweetness were blown my way
I inhale a
sense of her livingness in that instant,
feeling, dreaming,
hoping, knowing boredom and zest like anyone else
a young girl
in the garden, the same alchemical square
I grew in,
we thought sometimes
too small
for our grand destinies –
But dread
was in her,
a bloodbeat, it was against the rolling dark
oncoming
river she raised bulkwarks, setting herself
to sift
cinders after early Mass all of one winter,
labelling
her desk’s normal disorder, basing
her verses
on Keble’s Christian Year, picking
those endless
arguments, pressing on
to
manipulate lives to disaster… To change,
to change
the course of the river! What rage for order
disordered
her pilgrimage–so that for years at a time
she would
hide among strangers, waiting
to rearrange
all mysteries in a new light.
iii
Black one,
incubus –
she appeared
riding
anguish as Tartars ride mares
over the
stubble of bad years.
In one of
the years
When I didn’t know if she were dead or
alive
I saw her in
dream
haggard and
rouged
Lit by the flare
from an eel-
or cockle-stand on a slum street –
was it a
dream? I had lost
all sense,
almost, of
who she was, what–inside of her skin,
under her
black hair
dyed blonde –
it might
feel like to be, in the wax and wane of the moon,
in the life
I feel as unfolding, not flowing, the pilgrim years –
iv
On your
hospital bed you lay
in love, the
hatreds
that had
folowed you, a
comet’s
tail, burned out
as your disasters
bred of love
burned out,
while pain
and drugs
quarreled
like sisters in you –
lay afloat
on a sea
of love and
pain – how you always
loved that
cadence ‘Underneath
are the
everlasting arms’ –
all history
burned out,
down
to the sick
bone, save for
that kind
candle.
v
i
In a garden
grene wheneas I lay –
you set the
words to a tune so plaintive
it plucks
its way through my life as through a wood.
As through a
wood, shadow and light between birches,
gliding a
moment in open glades, hidden by thickets of holly
your life
winds in me.
In Valentines
a root
protrudes from the greensward several yards from its tree
we might
rise like a trapdoor’s handle, you said,
and descend
long steps to another country
where we
would live without father or mother
and without
longing for the upper world. The birds
sang sweet,
O song, in the midst of the daye,
and we
entered silent mid-Essex churches on hot afternoons
and communed
with the effigies of knights and their ladies
and their
slender dogs asleep at their feet,
the stone so
cold – In youth
is pleasure,
in youth is pleasure.
ii
Under autumn
clouds, under white
Wideness of winter
skies you went away walking
The year you
were most alone
Returning to
the old roads, seeing again
The
signposts pointing to Theydon Garnon
Or
Stapleford Abbots or Greensted,
Crossing the
ploughlands (whose color I named murple,
A shade
between brown and mauve that we loved
When I was a
child and you
Not much
more than a child) finding new lanes
Near White
Roding or Abbess Roding; or lost in Romford’s
New streets
where there were footpaths then –
Frowning as
you ground out your thoughts, breathing deep
Of the damp
still air, taking
The frost
into your mind unflinching.
How cold it
was your thin coat, your down-at-heel shoes –
tearless
Niobe, your children were lost to you
and the
stage lights had gone out, even the empty theater
was locked
to you, cavern of transformation where all
had almost
been possible.
How
many books
You read in
your silent lodgings that winter,
how the
plovers transpierced your solitude out of doors with the
strange
cries
I had flung
open my arms to in longing, once, by your side
stumbling
over the furrows –
Oh, in your
torn stockings, with unwaved hair,
you were
trudging after your anguish
over the bare
fields, soberly, soberly.
vi
Your eyes
were the brown gold of pebbles under water.
I never
crossed the bridge over the Roding, dividing
the open
field of the present from the mysteries,
the wraiths
and shifts of time-sense Wanstead Park held suspended,
without
remembering your eyes. Even when we were estranged
and my own
eyes smarted in pain and anger at the thought of you.
And by other
streams in other countries; anywhere where the light
reaches down
through shallows to gold gravel. Olga’s
brown eyes.
One rainy summer, down in the New Forest,
when we
could hardly breathe for ennui and the low sky,
you turned
savagely to the piano sightread
straight
through all the Beethoven sonatas, day after day –
weeks, it
seemed to me. I would turn the pages some of the time,
go out to
ride my bike, return – you were enduring in the
falls and
rapids of the music, the arpeggios rang out, the rectory
trembled,
our parents seemed effaced.
I think of
your eyes in that photo, six years before I was born,
the fear in
them. What did you do with your fear,
later?
Through the years of humiliation,
of paranoia
and blackmail and near-starvation, losing
the love of
those you loved, one after another,
parents,
lovers, children, idolized friends, what kept
compassion’s
candle alight in you, that lit you
clear into
another chapter (but the same book) a clearing
in the selva
oscura,
a house
whose door
swings open,
a hand beckons
in welcome’?
I cross
so many
brooks in the world, there is so much light
dancing on
so many stones, so many questions my eyes
smart to ask
of your eyes, gold brown eyes,
the lashes
short but the lids
arched as if
carved out of olivewood, eyes with some vision
of festive
goodness in back of their hard, or veiled, or shining,
unknowable gaze…